viernes

La frase mágica del Perdón

Hace mucho tiempo me enfadé con alguien. Me enfadé tanto, tanto, tanto, que todas las cosas buenas que me enseñó las rechacé de plano y las expulsé de mi vida  por el simple hecho de que todas ellas me recordaban a esta persona. Mi enfado llegaba hasta tal extremo  que  no volví a tocar los libros que me regaló, que dejé de oir la música que me descubrió, que deje poner en práctica todo, absolutamente todo, lo que me enseñó con su paciencia para que mi vida fuera más plena. 

Me enfadé tanto,tanto, tanto, que nunca le perdoné. Aunque a lo largo de estos años creía que lo hacía, pero sólo era eso: una creencia. No sentía ese perdón. Hasta hoy.

¿Y qué pasó hoy para que perdonase a alguien que me enfadó tanto durante tanto tiempo?. No pasó nada ni maravilloso, ni extraordinario, ni sobrenatural.  Simplemente lo que pasó fue que me acordé cómo de niños hacíamos las paces  y cómo nos perdonábamos con total naturalidad reconociendo ambos nuestros errores. Pero sobre todo, utilizando una frase que era mágica: ¿Quieres jugar?.

Así que cerré los ojos. Y me vi otra vez frente a esta persona. El tiempo no había pasado para ninguno de los dos.  Todos los  libros que me regaló y la música que  me descubrió estaban en un cajón a mi lado. Yo parecía que no le miraba, pero lo hacía por el rabillo del ojo.

Me senté en el suelo, poniendo en práctica lo que con su paciencia me enseñó. Seguía de pie, sin moverse del sitio. Hasta que yo le pregunté:- ¿Quieres jugar?.

En ese momento sentí en mi interior que el peso denso del enfado comenzaba a disiparse. Y tal como lo sentía en mi interior,  su imagen frente a mi lo hacía a la misma velocidad. 

Al abrir los ojos, sentí que de mi cuerpo había desaparecido un enorme peso. Tenía la sensación de que ahora pesaba menos. Y terminé entendiendo que mi enfado no era otra cosa que la forma que yo había escogido para que siguiera presente en mi vida. Y que nada de culpa tenían ni Mark Twain ni Cat Stevens para ser desterrados del placer de disfrutarlos, al igual que tantas cosas más que evité en todo este tiempo.





Tiempo de Mujeres....Tiempo de creer, crear, conseguir.


Días atrás  tuve la oportunidad de asistir al Foro Nacional sobre Liderazgo Femenino y Empresa " Tiempo de Mujeres "  que se celebraba por primera vez en Sevilla. Si hace un mes alguien me hubiera afirmado que iba a asistir a  mencionado evento no le hubiera hecho el menor caso. Pero gracias a un sinfín de hechos concatenados (algunos no muy agradables) hicieron  que se obrara las circunstancias necesarias para que yo estuviera allí. 

El resultado de todo lo vivido en aquella jornada recompensó los sinsabores previos. Y como valió la alegría, hoy lo comparto desde este atril, pues aún resuenan en mi interior experiencias, expresiones, inquietudes, risas, emociones que compartimos allí entre todos los asistentes. 

El detonante que puso en marcha aquella resonancia  comenzó con el cálido recibimiento que Noemí Boza, Directora General de + Cuota me brindó a mi llegada y que me hizo sentir en todo momento como si estuviera en casa.

Las ponencias se fueron sucediendo acabando todas y cada una de ellas con esa sensación de que el tiempo había sido excesivamente efímero y que hubieras deseado que hubiera sido más larga. Esto fue debido  tanto por la calidad temática de las ponencias como por la calidad humana de todos y cada uno de las ponentes que hablaron sin tapujos, sin escondrijos dialécticos ni fórmulas estandarizadas para ser "ponenticamente" (de ponentes) correctas en su discurso.

Los responsables de estas magistrales intervenciones fueron  Maria José Sobrinos,  Isabel Bajo,  María Subrá, de Matilde Mancha,  Enrique de Mora, Maria Antonia Otero, Mónica Deza y Lola Romero. Cada una de  las intervenciones que se fueron sucediendo fueron magistrales, únicas, irrepetibles, porque no hay dos segundos iguales en la vida del conferenciante ni hay dos segundo iguales en la vida del asistente.


Y a medida que avanzaban los discursos,  ante mi se exponían nuevos puntos de vista, nuevas visiones, nuevos enfoques que iban poniendo en jaque creencias arraigadas por mi condición de mujer, trabajadora y emprendedora. Y aquella resonancia iba tomando cada vez más fuerza, hasta llegar a emocionarme con la intervención de Lola Romero que sin ser  consciente de ello, formuló un “Abrete Sésamo” que hizo que se abriera en mi interior el lugar desde donde partía aquella resonancia. Y la frase mágica que formuló fue “No podía tolerar que volvieramos a estar bajo el capricho de alguien y que pudiera acabar de nuevo con nuestras ilusiones”.




Escuché emocionada el relato de la historia que le había hecho llegar  a estar allí  y a compartirla con gran naturalidad con todos los  asistentes. Escuché sin perder detalle de cómo fue capaz de creer, de crear y de conseguir dejar que la labor que ella y su equipo desarrollaban jamás volviera a estar bajo la tutela del capricho de alguien que no entiende de ilusiones ni de pasiones. Y mucho menos de creer, crecer y conseguir.



Su intervención me hizo recordar una etapa de mi vida en la que un grupo de chicas disfrutábamos jugando al Baloncesto, y de cómo entrenábamos, y de los escasos recursos que teníamos, y de las pocas personas que creyeron en nosotras y nos acompañaban a los partidos. Nuestros verdaderos triunfos pasaban por disfrutar en cada entrenamiento, de cada partido. Si no, no se explica que fuéramos a entrenar lloviendo, con frío, que nos enfadáramos con los árbitros cuando sabíamos que una decisión no era justa, que buscásemos ser mejores jugadoras siendo ante todo mejores personas.



Y todo esos contratiempos eran minimizados al máximo por dos ingredientes que jamás nos faltaron: la Ilusión y la Pasión por jugar al Baloncesto.



Pero la Ilusión y la Pasión a veces no son lo suficientemente fuertes para vencer el capricho de alguien que decide dejar de financiar un equipo femenino de baloncesto o de fútbol, como en la experiencia de Lola Romero, porque le es más rentable financiar a los equipos masculinos de categorías inferiores. O al menos, así nos los hicieron creer, y nos lo tragamos en mi equipo de Baloncesto: Que el capricho es más poderoso que la Ilusión y la Pasión.


De aquella época pensé que todo lo que me había quedado tan sólo  eran mis tobillos totalmente destrozados, y que se convertían en un inconveniente cada vez que tenia que usar zapatos de tacón. Y que si lo hubiera llegado a saber, jamás hubiera ido a entrenar con los tobillos vendados por mí con venda elástica, algodón y esparadrapo, sin tener ningún conocimiento para ello, nada más para  evitar que me dolieran durante el entrenamiento o el partido.



Sin embargo, desde que oí de boca de Lola la historia de las Féminas del Atheltic de Madrid, comprendí que el capricho de alguien existe porque no hay una fuerza opuesta que decide cambiar el rumbo de los acontecimientos y dirigir su energía a que eso no vuelva a ocurrir. Y que el capricho tiene un tiempo de caducidad mortalmente efímero, ya que muere por la llegada de otro capricho. Sin embargo, la Ilusión y la Pasión no caducan. Desaparecen cuando decidimos que así tiene que ser. Y contra la Ilusión y la Pasión de un grupo de personas, no hay capricho lo suficientemente poderoso como para enterrarlo. Tal vez la razón de tal poder reside en una causa  liguística: el capricho es un sustantivo de género másculino, mientras que la Ilusión y la Pasión son de género femenino. Y de todos es conocido, y  permítanme el guiño, que la esperanza de vida es mayor en el género femenino que en el masculino.



Te doy las gracias Lola, por recordarme que ningún capricho va a supeditar mi vida, porque siempre serán mayores mi ilusión y mi pasión Y por reconciliarme con mis tobillos. Ellos no tenían otra forma de decirme que para seguir caminando con paso firme el camino que siento que debo recorrer, son necesarias la pasión y la ilusión en todo momento, no tacones ni caprichos.



También agradezco a todos los ponentes su inspiración y su generosidad por compartir sus vivencias y experiencias para ayudar a otras personas a seguir creciendo, a cuestionarnos no para demostrar si somos mejores o peores,  sino para que no olvidemos jamás nuestra esencia más íntima. Esa que nos impulsa a seguir caminando y avanzando.